EQUIPO DE DOCENTES :
- BEATRIZ A. FLORES V.
- JESÚS MAZA
- HAYDE SOLGORRÉ
- JHON
- BEATRIZ A. FLORES V.
- JESÚS MAZA
- HAYDE SOLGORRÉ
- JHON
¿QUÉ DEBE
CORREGIR UNA EMPRESA PARA PERMANECER EN EL MERCADO?
Muchas empresas peruanas no suelen sobrevivir tres años
después de su fundación. No solo es un problema de barreras del entorno y del
mercado que no pueden superar por factores de financiamiento, sino que estas debilidades
están sobre todo en la estructura y la gestión del negocio.
Sandra
Valdivia, representante del Centro de Desarrollo Empresarial Sostenible de IPAE, dice que la mayoría de negocios fracasa por no tener información
de su público objetivo. Esa deficiencia hace que no se enfoquen en un nicho del mercado poco
aprovechado y que más bien se dediquen a uno en el que abunda la competencia.
La
especialista asegura que un producto bueno siempre va a tener aceptación en el
mercado, pero lo que viene luego es hacerlo más interesante para que no decaiga
en el tiempo. En este punto es importante una palabra: planificar. Las
empresas pueden haber nacido pequeñas, pero lo fundamental es saber hacia dónde
quieren llegar. “Es increíble que empresas ya estructuradas no tengan un
control financiero básico”, dice.
ALERTAS Y
RIESGOS
Sandra
Valdivia afirma que en los sectores en los que hay procesos productivos más
complicados, carecer de habilidades técnicas y empresariales hace que el
negocio sufra tropiezos. Además, porque se involucra un alto nivel de
inversión. Hay un mayor riesgo aquí que en un negocio de servicios.
¿Pero
cómo se puede alertar un mal funcionamiento para corregirlo? Valdivia
dice que las caídas suelen ser superables, pero dependen del momento en el que
ocurran. Los mayores problemas pasan en el área financiera, especialmente en el flujo de
caja. Pero
también en la gestión del personal. Por ejemplo, si no se cuenta con los recursos humanos adecuados para las tareas de la
compañía y también si se subvalúa el talento de la gente encargándole funciones
poco estratégicas.
Una
empresa que aunque haya crecido siga dependiendo de las decisiones de su
fundador y no de un equipo de profesionales especializados es más probable que
pase por problemas. “Se notan más las falencias en las empresas que crecen y
aún así no tienen áreas básicas para su negocio, por ejemplo si una
metalmecánica no tiene un área de diseño”, dice Valdivia. A esto hay que
sumarle la inversión en capacitaciones, algo que no se debe ver como un
gasto.
ESTRATEGIAS DE LECTURA
SEGÚN ISABEL SOLÉ :
ANTES DE LA
LECTURA :
1 1. ¿Qué te
sugiere el título del texto?
2 2. ¿Para qué vas a leer?
3 3. ¿Qué sabes de las empresas de mercado?
4 4. ¿Qué te sugiere la imagen?
5 5. ¿Cómo se relaciona la imagen con el título?
DURANTE LA LECTURA :
1.
Identifica el número de párrafos del texto.
2.
Parafrasea los párrafos.
3.
Identifica la idea principal de cada párrafo.
4.
Argumenta la importancia de la empresa en el
mercado.
DESPUÉS DE LA LECTURA :
DESARROLLA UN CUESTIONARIO DE PREGUNTAS
NIVEL LITERAL :
1.
¿Qué labor desarrollan los personajes de la
imagen expuesta?
2.
¿A qué institución representa SANDRA VALDIVIA?
3.
¿Qué asegura la especialista SANDRA VALDIVIA?
NIVEL INFERENCIAL :
1.
¿Por qué razón quiebran las empresas?
2.
¿Qué deben
considerar los empresarios para evitar la quiebra?
3.
¿Qué dificultades se refleja en el empresario
peruano?
NIVEL CRÍTICO :
- 1. ¿Cuál es tu opinión sobre las razones por las cuales quiebran las empresas peruanas?
- 2. ¿Qué deben hacer los empresarios para mejorar sus ventas?
- 3. ¿Cuál debería ser el perfil del empresario peruano?
- 4. ¿Si tuvieras una empresa qué estrategias utilizarías para motivar a tu personal para el éxito del negocio?
EXTENSIÓN
:
1 1. Elabora un ensayo sobre las estrategias
innovadoras para permanecer en un mercado competitivo.
COMPRENSIÓN DE TEXTOS
EL VUELO DE LOS CÓNDORES
Aquel día demoré en la calle y no sabía qué decir al
volver a casa. A las cuatro salí de la Escuela, deteniéndome en el muelle,
donde un grupo de curiosos rodeaba a unas cuantas personas. Metido entre ellos
supe que había desembarcado un circo.
-Ese es el barrista -decían unos, señalando a un hombre de mediana estatura, cara angulosa y grave, que discutía con los empleados de la aduana.
-Aquél es el domador. Y señalaban a sujeto hosco, de cónica patilla, con gorrita, polainas, fuete y cierto desenfado en el andar. Le acompañaba una bella mujer con flotante velo lila en el sombrero; llevaba un perrillo atado a una cadena y una maleta.
-Éste es el payaso -dijo alguien.
El buen hombre volvió la cara vivamente:
-¡Qué serio!
-Así son en la calle.
Era éste un joven alto, de movibles ojos, respingada nariz y ágiles manos. Pasaron luego algunos artistas más; y cogida de la mano de un hombre viejo y muy grave, una niña blanca, muy blanca, sonriente, de rubios cabellos, lindos y morenos ojos. Pasaron todos. Seguí entre la multitud aquel desfile y los acompañé hasta que tomaron el cochecito, partiendo entre la curiosidad bullanguera de las gentes.
Yo estaba dichoso por haberlos visto. Al día siguiente contaría en la Escuela quiénes eran, cómo eran, y qué decían. Pero encaminándome a casa, me di cuenta de que ya estaba obscureciendo. Era muy tarde. Ya habrían comido. ¿Qué decir? Sacóme de mis cavilaciones una mano posándose en mi hombro.
-¡Cómo! ¿Dónde has estado?
Era mi hermano Anfiloquio. Yo no sabía qué responder.
-Nada -apunté con despreocupación forzada- que salimos tarde del colegio...
-No puede ser; porque Alfredito llegó a su casa a la cuatro y cuarto...
Me perdí. Alfredito era hijo de don Enrique, el vecino; le habían preguntado por mí y había respondido que salimos juntos de la Escuela. No había más. Llegamos a casa. Todos estaban serios. Mis hermanos no se atrevían a decir palabra. Felizmente, mi padre no estaba y cuando fui a dar el beso a mamá, ésta sin darle la importancia de otros días, me dijo fríamente:
-Cómo jovencito, ¿éstas son horas de venir?... Yo no respondí nada. Mi madre agregó:
-¡Está bien!...
Metíme en mi cuarto y me senté en la cama con la cabeza inclinada. Nunca había llegado tarde a mi casa. Oí un manso ruido: levanté los ojos. Era mi hermanita. Se acercó a mí tímidamente.
-Oye -me dijo tirándome del brazo y sin mirarme de frente-, anda a comer...
Su gesto me alentó un poco. Era mi buena confidente, mi abnegada compañera, la que se ocupaba de mí con tanto interés como de ella misma.
¿Ya comieron todos? le interrogué. -Hace mucho tiempo. ¡Si ya vamos a acostarnos! Ya van a bajar el farol...
-Oye, -le dije-, ¿y qué han dicho?...
-Nada; mamá no ha querido comer…
Yo no quise ir a la mesa. Mi hermana salió y volvió al punto trayéndome a escondidas un pan, un plátano y unas galletas que le habían regalado en la tarde.
-Anda, come, no seas zonzo. No te van a hacer nada... Pero eso sí, no lo vuelvas a hacer…
-No, no quiero.
-Pero oye, ¿dónde fuiste?...
Me acordé del circo. Entusiasmado pensé en aquel admirable circo que había llegado, olvidé a medias mi preocupación, empecé a contarle las maravillas que había visto. ¡Eso era un circo!
-Cuántos volatineros hay -le decía, un barrista con unos brazos muy fuertes; un domador muy feo, debe ser muy valiente porque estaba muy serio. ¡Y el oso! ¡En su jaula de barrotes, husmeando entre las rendijas!
¡Y el payaso!... ¡pero qué serio es el payaso! Y unos hombres, un montón de volatineros, el caballo blanco, el mono, con su saquito rojo, atado a una cadena. ¡Ah, es un circo espléndido!
-¿Y cuándo dan función?
-El sábado...
E iba a continuar, cuando apareció la criada:
-Niñita, ¡a acostarse!
Salió mi hermana. Oí en la otra habitación la voz de mi madre que la llamaba y volví a quedarme solo, pensando en el circo, en lo que había visto y en el castigo que me esperaba.
Todos se habían acostado ya. Apareció mi madre, sentóse a mi lado y me dijo que había hecho muy mal. Me riñó blandamente, y entonces tuve claro concepto de mi falta. Me acordé de que mi madre no había comido por mí: me dijo que no se lo diría a papá, porque no se molestase conmigo. Que yo la hacía sufrir, que yo no la quería...
¡Cuán dulces eran las palabras de mi pobrecita madre! ¡Qué mirada tan pesarosa con sus benditas manos cruzadas en el regazo! Dos lágrimas cayeron juntas de sus ojos, y yo que hasta ese instante me había contenido no pude más y, sollozando, le besé las manos. Ella me dio un beso en la frente. ¡Ah, cuán feliz era, qué buena era mi madre, que sin castigarme, me había perdonado!
Me dio después muchos consejos, me hizo rezar "el bendito", me ofreció la mejilla, que besé, y me dejó acostado.
Sentí ruido al poco rato. Era mi hermanita. Se había escapado de su cama descalza; echó algo sobre la mía, y me dijo volviéndose a la carrera y de puntitas como había entrado:
-Oye, los dos centavos para ti, y el trompo también te lo regalo...
Soñé con el circo. Claramente aparecieron en mi sueño todos los personajes. Vi. desfilar a todos los animales. El payaso, el oso, el mono, el caballo, y en medio de ellos, la niña rubia, delgada, de ojos negros, que me miraba sonriente. ¡Qué buena debía ser esa criatura tan callada y delgaducha! Todos los artistas se agrupaban, bailaba el oso, pirueteaba el payaso, giraba en la barra el hombre fuerte, en su caballo blanco daba vueltas al circo una bella mujer, y todo se iba borrando en mi sueño, quedando sólo la imagen de la desconocida niña con su triste y dulce mirada lánguida.
Llegó el sábado. Durante el almuerzo, en mi casa, mis hermanos hablaron del circo. Exaltaban la agilidad del barrista, el mono era un prodigio, jamás había llegado un payaso más gracioso que "Confitito"; qué oso tan inteligente y luego... todos los jóvenes de Pisco iban a ir aquella noche al circo...
Papá sonreía aparentando seriedad. Al concluir el almuerzo sacó pausadamente un sobre.
-¡Entradas! - cuchichearon mis hermanos.
-Sí, entradas. ¡Espera!...
-¡Entradas! -insistía el otro.
El sobre fue al poder de mi madre.
Levantóse papá y con él la solemnidad de la mesa; y todos saltando de nuestros asientos, rodeamos a mi madre.
-¿Qué es? ¿Qué es? ...
-Estarse quietos o... ¡no hay nada!
Volvimos a nuestros asientos. Abrióse el sobre y ¡oh, papelillos morados!
Eran las entradas para el circo; venían dentro de un programa. ¡Qué programa! ¡Con letras enormes y con los artistas pintados! Mi hermano mayor leyó. ¡Qué admirable maravilla!
El afamado barrista Kendall, el hombre de goma; el célebre domador Mister Glandys; la bellísima amazona Miss Blutner con su caballo blanco, el caballo matemático; el graciosísimo payaso "Confitito", rey de los payasos del Pacífico, y su mono; y el extraordinario y emocionante espectáculo "El Vuelo de los Cóndores", ejecutado por la pequeñísima artista Miss Orquídea.
Me dio una corazonada. La niña no podía ser otra... Miss Orquídea. ¿Y esa niña frágil y delicada iba a realizar aquel prodigio? Celebraron alborozados mis hermanos el circo; y yo, pensando, me fui al jardín, después a la Escuela, y aquella tarde no atravesé palabra con ninguno de mis camaradas.
A las cuatro salí del colegio, y me encaminé a casa. Dejaba los libros cuando sentí ruido y las carreras atropelladas de mis hermanos.
-¡EI "convite"! ¡EI "convite"!...
-¡Abraham, Abraham! -gritaba mi hermanita -¡Los volatineros!
Salimos todos a la puerta. Por el fondo de la calle venía un grupo enorme de gente que unos cuantos músicos precedían. Avanzaron. Vimos pasar la banda de músicos con sus bronces ensortijados y sonoros, el bombo iba delante dando atronadores compases, después en un caballo blanco, la artista Miss Blutner, con su ceñido talle, sus rosadas piernas, sus brazos desnudos y redondos. Precioso atavío llevaba el caballo, que un hombre con casaca roja y un penacho en la cabeza, lleno de cordones, portaba de la brida: después iba Mister Kendall, en traje de oficio, mostrando sus musculosos brazos, en otro caballo. Montaba el tercero Miss Orquídea, la bellísima criatura, que sonreía tristemente; enseguida el mono, muy engalanado, caballero en un asno pequeño, y luego "Confitito", rodeado de muchedumbre de chiquillos que palmoteaban a su lado llevando el compás de la música.
En la esquina se detuvieron y "Confitito"entonó al son de la música esta copla:
Los jóvenes de este tiempo usan flor en el ojal y dentro de los bolsillos no se les encuentra un real...
Una algaraza estruendosa coreó las últimas palabras del payaso. Agitó éste su cónico gorro, dejando al descubierto su pelada cabeza. Rompió el bombo la marcha y todos se perdieron por el fin de la plazoleta hacia los rieles del ferrocarril para encaminarse al pueblo.
Una nube de polvo los seguía y nosotros entramos a casa nuevamente, en tanto que la caravana multicolor y sonora se esfumaba detrás de los toñuces, en el salitroso camino.
Mis hermanos apenas comieron. No veíamos la hora de llegar al circo. Vestímonos todos, y listos, nos despedimos de mamá. Mi padre llevaba su "Carlos Alberto".
Salimos, atravesamos la plazuela, subimos la calle del tren, que tenía al final una baranda de hierro, y llegamos al cochecito, que agitaba su campana. Subimos al carro, sonó el pitear de partida; una trepidación; soltóse el breque, chasqueó el látigo, y las mulas halaron.
Llegaron por fin al pueblo y poco después al circo. Estaba éste en una estrecha calle. Un grupo de gente se estacionaba en la puerta que iluminaban dos grandes aparatos de bencina de cinco luces.
A la entrada, en la acera, había mesitas, con pequeños toldos, donde en floreados vasos con las armas de la patria estaba la espumosa blanca chicha de maní, la amarilla de garbanzos y la dulce de "bonito", las butifarras que eran panes en cuya boca abierta el ají y la lechuga ocultaban la carne; los platos con cebollas picadas en vinagre, la fuente de "escabeche" con sus yacentes pescados, "la causa", sobre cuya blanda masa reposaba graciosamente el rojo de los camarones, el morado de las aceitunas, los pedazos de queso, los repollos verdes y el "pisco" oloroso, alabado por las vendedoras...
Entramos por un estrecho callejoncito de adobes, pasamos un espacio pequeño donde charlaban gentes, y al fondo, en un inmenso corralón, levantábase la carpa. Una gran carpa, de la que salían gritos, llamadas, piteos, risas. Nos instalamos. Sonó una campanada.
-¡Segunda! -gritaron todos, aplaudiendo.
El circo estaba rebosante. La escalonada muchedumbre formaba un gran círculo, y delante de los bajos escalones, separada por un zócalo de lona, la platea, y entre ésta y los palcos que ocupábamos nosotros, un pasadizo. Ante los palcos estaba la pista, la arena donde iban a realizarse las maravillas de aquella noche.
Sonó largamente otro campanillazo.
-¡Tercera! ¡Bravo, bravo!
La música comenzó con el programa:
"Obertura por la banda". Presentación de la compañía. Salieron los artistas en doble fila.
Llegaron al centro de la pista y saludaron a todas partes con una actitud uniforme, graciosa y peculiar; en el centro, Miss Orquídea con su admirable cuerpecito, vestido de punto, con zapatillas rojas, sonreía.
Salió el barrista, gallardo, musculoso, con sus negros, espesos y retorcidos bigotes. ¡Qué bien peinado! Saludó. Ya estaba lista la barra. Sacó un pañuelo de un bolsillo secreto en el pecho, colgóse, giró retorcido vertiginosamente, paróse en la barra, pendió de corvas, de brazos, de vientre; hizo rehilete y, por fin, dio un gran salto mortal y cayó en la alfombra, en el centro del circo. Gran aclamación. Agradeció. Después todos los números del programa. Pasó Miss Blutner corriendo en su caballo; contó éste con la pata desde uno hasta diez; a una pregunta que le hizo su ama de si dos y dos eran cinco, contestó negativamente con la cabeza, en convencido ademán. Salió Mister Glandys con su oso; bailó éste acompasado y socarrón, pirueteó el mono, se golpeó varias veces el payaso y, por fin, el público exclamó al terminar el segundo entreacto:
-¡EI Vuelo de los Cóndores!
Un estremecimiento recorrió todos mis nervios. Dos hombres de casaca roja pusieron en el circo, uno frente a otro, unos estrados altos, altísimos, que llegaban hasta tocar la carpa. Dos trapecios colgados del centro mismo de ésta oscilaban, Sonó la tercera campanada y apareció entre dos artistas Miss Orquídeacon su su apacible sonrisa; llegó al centro, saludó graciosamente, colgóse de una cuerda y la ascendieron al estrado. Paróse en él delicadamente, como una golondrina en un alero breve. La prueba consistía en que la niña tomase el trapecio que, pendiendo del centro, le acercaban con unas cuerdas a la mano, y, colgada de él, atravesara el espacio, donde otro trapecio la esperaba, debiendo en la gran altura cambiar de trapecio y detenerse nuevamente en el estrado opuesto.
Se dieron las voces, se soltó el trapecio opuesto, y en el suyo la niña se lanzó mientras el bombo -detenida la música- producía un ruido siniestro y monótono. ¡Qué miedo, qué dolorosa ansiedad!
¡Cuánto habría dado yo porque aquella niña rubia y triste no volase!
Serenamente realizó la peligrosa hazaña. El público silencioso y casi inmóvil la contemplaba y cuando la niña se instaló nuevamente en el estrado y saludó, segura de su triunfo, el público la aclamó con vehemencia.
La aclamó mucho. La niña bajó, el público seguía aplaudiendo. Ella, para agradecer hizo unas pruebas difíciles en la alfombra, se curvó, su cuerpecito se retorcía como un aro, y enroscada, giraba como un extraño monstruo, el cabello despeinado, el color encendido. El público aplaudía más, más. El hombre que la traía en el muelle de la mano habló algunas palabras con los otros. La prueba iba a repetirse.
Nuevas aclamaciones. La pobre niña obedeció al hombre adusto casi inconscientemente. Subió. Se dieron as voces. El público enmudeció, el silencio se hizo en el circo y yo hacía votos, con los ojos fijos en ella, porque saliese bien de la prueba. Sonó una palmada y Miss Orquídea se lanzó… ¿Qué le pasó a la niña? Nadie lo sabía. Cogió mal el trapecio, se soltó a destiempo, titubeó un poco, dio un grito profundo, horrible pavoroso y cayó como una avecilla herida en el vuelo. Sobre la red del circo, que la salvó de la muerte. Rebotó en ella varias veces. El golpe fue sordo. La recogieron, escupió y vi mancharse de sangre su pañuelo, perdida en brazos de esos hombres y en medio del clamor de la multitud.
Papá nos hizo salir, cruzamos las calles, tomamos el cochecito y yo, mudo y triste, oyendo los comentarios, no sé que cosas pensaba contra esa gente. Por primera vez comprendí entonces que había hombres muy malos…
Pasaron algunos días. Yo recordaba siempre con tristeza a la pobre niña; la veía entrar al circo, vestida de punto, sonriente, pálida; la veía después caída, escupiendo sangre en el pañuelo, ¿dónde estaría? El circo seguía funcionando. Mi padre no quiso que fuéramos más. Pero ya no daban el Vuelo de los Cóndores. Los artistas habían querido explotar la piedad del público haciendo palpable la ausencia de Miss Orquídea.
El sábado siguiente, cuando había vuelto de la Escuela, y jugaba en el jardín con mi hermana, oímos música o
-¡El convite! ¡Los volatineros!...
Salimos en carrera loca. ¿Vendría Miss Orquídea?...
¡Con qué ansia vi acercarse el desfile! Pasó el bombo sordo con sus golpes definitivos, los músicos con sus bronces ensortijados, platillos estridentes, los acróbatas, y después, después el caballo de Miss Orquídea, solo, con un listón negro en la cabeza ... Luego el resto de la farándula, el mono impasible haciendo sus eternas muecas sin sentido…
¿Dónde estaba Miss Orquídea? ...
No quise ver más; entré a mi cuarto y por primera vez, sin saber por qué, lloré a escondidas la ausencia de la pobrecita artista.
Algunos días más tarde, al ir, después del almuerzo, a la Escuela, por la orilla del mar, al pie de las casitas que llegan hasta la ribera y cuyas escalas mojan las olas a ratos, salpicando las terrazas de madera, sentéme a descansar, contemplando el mar tranquilo y el muelle, que a la izquierda quedaba.
Volví la cara al oír unas palabras en la terraza que tenía a mi espalda y vi algo que me inmovilizó. Vi una niña muy pálida, muy delgada, sentada, mirando desde allí el mar. No me equivocaba: era Miss Orquídea, en un gran sillón de brazos, envuelta en una manta verde, inmóvil.
Me quedé mirándola largo rato. La niña levantó hacia mí los ojos y me miró dulcemente. ¡Cuán enferma debía estar! Seguí a la Escuela y por la tarde volví a pasar por la casa. Allí estaba la enfermita, sola. La miré cariñosamente desde la orilla; esta vez la enferma sonrió, sonrió. ¡Ah, quién pudiera ir a su lado a consolarla! Volví al otro día, y al otro, y así durante ocho días. Éramos como amigos. Yo me acercaba a la baranda de la terraza, pero no hablábamos. Siempre nos sonreíamos mudos y yo estaba mucho tiempo a su lado.
Al noveno día me acerqué a la casa. Miss Orquídea no estaba. Entonces tuve una sospecha: había oído decir que el circo se iba pronto. Aquél día salía el vapor. Eran las once, crucé la calle y atravesé el jirón de la Aduana. En el muelle vi a algunos de los artistas con maletas y líos, pero la niña no estaba. Me encamine a la punta del muelle y esperé en el embarcadero. Pronto llegaron los artistas en medio de gran cantidad del pueblo y de granujas que rodeaban al mono y al payaso. Y entre Miss Blutner y Kendall, cogida de los brazos, caminando despacio, tosiendo, tosiendo, la bella criatura.
Metíme entre las gentes para verla bajar al bote desde el embarcadero. La niña buscó algo con los ojos, me vio, sonrió muy dulcemente conmigo y me dijo al pasar junto a mí:
-Adiós...
-Adiós…
Mis ojos la vieron bajar en brazos de Kendall al botecillo inestable; la vieron alejarse de los mohosos barrotes del muelle; y ella me miraba triste con los ojos húmedos; sacó su pañuelo y lo agitó mirándome; yo la saludaba con la mano, y así se fue esfumando, hasta que sólo se distinguía el pañuelo como una ala rota, como una paloma agonizante, y por fin, no se vio más que el bote pequeño que se perdía tras el vapor...
Volví a mi casa, y a las cinco, cuando salí de la Escuela, sentado en la terraza de la casa vacía, en el mismo sitio que ocupara la dulce amiga, vi perderse a lo lejos en la extensión marina el vapor, que manchaba con su cabellera de humo el cielo sangriento del crepúsculo.
Abraham Valdelomar
Ica 1888-Ayacucho 1919
-Ese es el barrista -decían unos, señalando a un hombre de mediana estatura, cara angulosa y grave, que discutía con los empleados de la aduana.
-Aquél es el domador. Y señalaban a sujeto hosco, de cónica patilla, con gorrita, polainas, fuete y cierto desenfado en el andar. Le acompañaba una bella mujer con flotante velo lila en el sombrero; llevaba un perrillo atado a una cadena y una maleta.
-Éste es el payaso -dijo alguien.
El buen hombre volvió la cara vivamente:
-¡Qué serio!
-Así son en la calle.
Era éste un joven alto, de movibles ojos, respingada nariz y ágiles manos. Pasaron luego algunos artistas más; y cogida de la mano de un hombre viejo y muy grave, una niña blanca, muy blanca, sonriente, de rubios cabellos, lindos y morenos ojos. Pasaron todos. Seguí entre la multitud aquel desfile y los acompañé hasta que tomaron el cochecito, partiendo entre la curiosidad bullanguera de las gentes.
Yo estaba dichoso por haberlos visto. Al día siguiente contaría en la Escuela quiénes eran, cómo eran, y qué decían. Pero encaminándome a casa, me di cuenta de que ya estaba obscureciendo. Era muy tarde. Ya habrían comido. ¿Qué decir? Sacóme de mis cavilaciones una mano posándose en mi hombro.
-¡Cómo! ¿Dónde has estado?
Era mi hermano Anfiloquio. Yo no sabía qué responder.
-Nada -apunté con despreocupación forzada- que salimos tarde del colegio...
-No puede ser; porque Alfredito llegó a su casa a la cuatro y cuarto...
Me perdí. Alfredito era hijo de don Enrique, el vecino; le habían preguntado por mí y había respondido que salimos juntos de la Escuela. No había más. Llegamos a casa. Todos estaban serios. Mis hermanos no se atrevían a decir palabra. Felizmente, mi padre no estaba y cuando fui a dar el beso a mamá, ésta sin darle la importancia de otros días, me dijo fríamente:
-Cómo jovencito, ¿éstas son horas de venir?... Yo no respondí nada. Mi madre agregó:
-¡Está bien!...
Metíme en mi cuarto y me senté en la cama con la cabeza inclinada. Nunca había llegado tarde a mi casa. Oí un manso ruido: levanté los ojos. Era mi hermanita. Se acercó a mí tímidamente.
-Oye -me dijo tirándome del brazo y sin mirarme de frente-, anda a comer...
Su gesto me alentó un poco. Era mi buena confidente, mi abnegada compañera, la que se ocupaba de mí con tanto interés como de ella misma.
¿Ya comieron todos? le interrogué. -Hace mucho tiempo. ¡Si ya vamos a acostarnos! Ya van a bajar el farol...
-Oye, -le dije-, ¿y qué han dicho?...
-Nada; mamá no ha querido comer…
Yo no quise ir a la mesa. Mi hermana salió y volvió al punto trayéndome a escondidas un pan, un plátano y unas galletas que le habían regalado en la tarde.
-Anda, come, no seas zonzo. No te van a hacer nada... Pero eso sí, no lo vuelvas a hacer…
-No, no quiero.
-Pero oye, ¿dónde fuiste?...
Me acordé del circo. Entusiasmado pensé en aquel admirable circo que había llegado, olvidé a medias mi preocupación, empecé a contarle las maravillas que había visto. ¡Eso era un circo!
-Cuántos volatineros hay -le decía, un barrista con unos brazos muy fuertes; un domador muy feo, debe ser muy valiente porque estaba muy serio. ¡Y el oso! ¡En su jaula de barrotes, husmeando entre las rendijas!
¡Y el payaso!... ¡pero qué serio es el payaso! Y unos hombres, un montón de volatineros, el caballo blanco, el mono, con su saquito rojo, atado a una cadena. ¡Ah, es un circo espléndido!
-¿Y cuándo dan función?
-El sábado...
E iba a continuar, cuando apareció la criada:
-Niñita, ¡a acostarse!
Salió mi hermana. Oí en la otra habitación la voz de mi madre que la llamaba y volví a quedarme solo, pensando en el circo, en lo que había visto y en el castigo que me esperaba.
Todos se habían acostado ya. Apareció mi madre, sentóse a mi lado y me dijo que había hecho muy mal. Me riñó blandamente, y entonces tuve claro concepto de mi falta. Me acordé de que mi madre no había comido por mí: me dijo que no se lo diría a papá, porque no se molestase conmigo. Que yo la hacía sufrir, que yo no la quería...
¡Cuán dulces eran las palabras de mi pobrecita madre! ¡Qué mirada tan pesarosa con sus benditas manos cruzadas en el regazo! Dos lágrimas cayeron juntas de sus ojos, y yo que hasta ese instante me había contenido no pude más y, sollozando, le besé las manos. Ella me dio un beso en la frente. ¡Ah, cuán feliz era, qué buena era mi madre, que sin castigarme, me había perdonado!
Me dio después muchos consejos, me hizo rezar "el bendito", me ofreció la mejilla, que besé, y me dejó acostado.
Sentí ruido al poco rato. Era mi hermanita. Se había escapado de su cama descalza; echó algo sobre la mía, y me dijo volviéndose a la carrera y de puntitas como había entrado:
-Oye, los dos centavos para ti, y el trompo también te lo regalo...
Soñé con el circo. Claramente aparecieron en mi sueño todos los personajes. Vi. desfilar a todos los animales. El payaso, el oso, el mono, el caballo, y en medio de ellos, la niña rubia, delgada, de ojos negros, que me miraba sonriente. ¡Qué buena debía ser esa criatura tan callada y delgaducha! Todos los artistas se agrupaban, bailaba el oso, pirueteaba el payaso, giraba en la barra el hombre fuerte, en su caballo blanco daba vueltas al circo una bella mujer, y todo se iba borrando en mi sueño, quedando sólo la imagen de la desconocida niña con su triste y dulce mirada lánguida.
Llegó el sábado. Durante el almuerzo, en mi casa, mis hermanos hablaron del circo. Exaltaban la agilidad del barrista, el mono era un prodigio, jamás había llegado un payaso más gracioso que "Confitito"; qué oso tan inteligente y luego... todos los jóvenes de Pisco iban a ir aquella noche al circo...
Papá sonreía aparentando seriedad. Al concluir el almuerzo sacó pausadamente un sobre.
-¡Entradas! - cuchichearon mis hermanos.
-Sí, entradas. ¡Espera!...
-¡Entradas! -insistía el otro.
El sobre fue al poder de mi madre.
Levantóse papá y con él la solemnidad de la mesa; y todos saltando de nuestros asientos, rodeamos a mi madre.
-¿Qué es? ¿Qué es? ...
-Estarse quietos o... ¡no hay nada!
Volvimos a nuestros asientos. Abrióse el sobre y ¡oh, papelillos morados!
Eran las entradas para el circo; venían dentro de un programa. ¡Qué programa! ¡Con letras enormes y con los artistas pintados! Mi hermano mayor leyó. ¡Qué admirable maravilla!
El afamado barrista Kendall, el hombre de goma; el célebre domador Mister Glandys; la bellísima amazona Miss Blutner con su caballo blanco, el caballo matemático; el graciosísimo payaso "Confitito", rey de los payasos del Pacífico, y su mono; y el extraordinario y emocionante espectáculo "El Vuelo de los Cóndores", ejecutado por la pequeñísima artista Miss Orquídea.
Me dio una corazonada. La niña no podía ser otra... Miss Orquídea. ¿Y esa niña frágil y delicada iba a realizar aquel prodigio? Celebraron alborozados mis hermanos el circo; y yo, pensando, me fui al jardín, después a la Escuela, y aquella tarde no atravesé palabra con ninguno de mis camaradas.
A las cuatro salí del colegio, y me encaminé a casa. Dejaba los libros cuando sentí ruido y las carreras atropelladas de mis hermanos.
-¡EI "convite"! ¡EI "convite"!...
-¡Abraham, Abraham! -gritaba mi hermanita -¡Los volatineros!
Salimos todos a la puerta. Por el fondo de la calle venía un grupo enorme de gente que unos cuantos músicos precedían. Avanzaron. Vimos pasar la banda de músicos con sus bronces ensortijados y sonoros, el bombo iba delante dando atronadores compases, después en un caballo blanco, la artista Miss Blutner, con su ceñido talle, sus rosadas piernas, sus brazos desnudos y redondos. Precioso atavío llevaba el caballo, que un hombre con casaca roja y un penacho en la cabeza, lleno de cordones, portaba de la brida: después iba Mister Kendall, en traje de oficio, mostrando sus musculosos brazos, en otro caballo. Montaba el tercero Miss Orquídea, la bellísima criatura, que sonreía tristemente; enseguida el mono, muy engalanado, caballero en un asno pequeño, y luego "Confitito", rodeado de muchedumbre de chiquillos que palmoteaban a su lado llevando el compás de la música.
En la esquina se detuvieron y "Confitito"entonó al son de la música esta copla:
Los jóvenes de este tiempo usan flor en el ojal y dentro de los bolsillos no se les encuentra un real...
Una algaraza estruendosa coreó las últimas palabras del payaso. Agitó éste su cónico gorro, dejando al descubierto su pelada cabeza. Rompió el bombo la marcha y todos se perdieron por el fin de la plazoleta hacia los rieles del ferrocarril para encaminarse al pueblo.
Una nube de polvo los seguía y nosotros entramos a casa nuevamente, en tanto que la caravana multicolor y sonora se esfumaba detrás de los toñuces, en el salitroso camino.
Mis hermanos apenas comieron. No veíamos la hora de llegar al circo. Vestímonos todos, y listos, nos despedimos de mamá. Mi padre llevaba su "Carlos Alberto".
Salimos, atravesamos la plazuela, subimos la calle del tren, que tenía al final una baranda de hierro, y llegamos al cochecito, que agitaba su campana. Subimos al carro, sonó el pitear de partida; una trepidación; soltóse el breque, chasqueó el látigo, y las mulas halaron.
Llegaron por fin al pueblo y poco después al circo. Estaba éste en una estrecha calle. Un grupo de gente se estacionaba en la puerta que iluminaban dos grandes aparatos de bencina de cinco luces.
A la entrada, en la acera, había mesitas, con pequeños toldos, donde en floreados vasos con las armas de la patria estaba la espumosa blanca chicha de maní, la amarilla de garbanzos y la dulce de "bonito", las butifarras que eran panes en cuya boca abierta el ají y la lechuga ocultaban la carne; los platos con cebollas picadas en vinagre, la fuente de "escabeche" con sus yacentes pescados, "la causa", sobre cuya blanda masa reposaba graciosamente el rojo de los camarones, el morado de las aceitunas, los pedazos de queso, los repollos verdes y el "pisco" oloroso, alabado por las vendedoras...
Entramos por un estrecho callejoncito de adobes, pasamos un espacio pequeño donde charlaban gentes, y al fondo, en un inmenso corralón, levantábase la carpa. Una gran carpa, de la que salían gritos, llamadas, piteos, risas. Nos instalamos. Sonó una campanada.
-¡Segunda! -gritaron todos, aplaudiendo.
El circo estaba rebosante. La escalonada muchedumbre formaba un gran círculo, y delante de los bajos escalones, separada por un zócalo de lona, la platea, y entre ésta y los palcos que ocupábamos nosotros, un pasadizo. Ante los palcos estaba la pista, la arena donde iban a realizarse las maravillas de aquella noche.
Sonó largamente otro campanillazo.
-¡Tercera! ¡Bravo, bravo!
La música comenzó con el programa:
"Obertura por la banda". Presentación de la compañía. Salieron los artistas en doble fila.
Llegaron al centro de la pista y saludaron a todas partes con una actitud uniforme, graciosa y peculiar; en el centro, Miss Orquídea con su admirable cuerpecito, vestido de punto, con zapatillas rojas, sonreía.
Salió el barrista, gallardo, musculoso, con sus negros, espesos y retorcidos bigotes. ¡Qué bien peinado! Saludó. Ya estaba lista la barra. Sacó un pañuelo de un bolsillo secreto en el pecho, colgóse, giró retorcido vertiginosamente, paróse en la barra, pendió de corvas, de brazos, de vientre; hizo rehilete y, por fin, dio un gran salto mortal y cayó en la alfombra, en el centro del circo. Gran aclamación. Agradeció. Después todos los números del programa. Pasó Miss Blutner corriendo en su caballo; contó éste con la pata desde uno hasta diez; a una pregunta que le hizo su ama de si dos y dos eran cinco, contestó negativamente con la cabeza, en convencido ademán. Salió Mister Glandys con su oso; bailó éste acompasado y socarrón, pirueteó el mono, se golpeó varias veces el payaso y, por fin, el público exclamó al terminar el segundo entreacto:
-¡EI Vuelo de los Cóndores!
Un estremecimiento recorrió todos mis nervios. Dos hombres de casaca roja pusieron en el circo, uno frente a otro, unos estrados altos, altísimos, que llegaban hasta tocar la carpa. Dos trapecios colgados del centro mismo de ésta oscilaban, Sonó la tercera campanada y apareció entre dos artistas Miss Orquídeacon su su apacible sonrisa; llegó al centro, saludó graciosamente, colgóse de una cuerda y la ascendieron al estrado. Paróse en él delicadamente, como una golondrina en un alero breve. La prueba consistía en que la niña tomase el trapecio que, pendiendo del centro, le acercaban con unas cuerdas a la mano, y, colgada de él, atravesara el espacio, donde otro trapecio la esperaba, debiendo en la gran altura cambiar de trapecio y detenerse nuevamente en el estrado opuesto.
Se dieron las voces, se soltó el trapecio opuesto, y en el suyo la niña se lanzó mientras el bombo -detenida la música- producía un ruido siniestro y monótono. ¡Qué miedo, qué dolorosa ansiedad!
¡Cuánto habría dado yo porque aquella niña rubia y triste no volase!
Serenamente realizó la peligrosa hazaña. El público silencioso y casi inmóvil la contemplaba y cuando la niña se instaló nuevamente en el estrado y saludó, segura de su triunfo, el público la aclamó con vehemencia.
La aclamó mucho. La niña bajó, el público seguía aplaudiendo. Ella, para agradecer hizo unas pruebas difíciles en la alfombra, se curvó, su cuerpecito se retorcía como un aro, y enroscada, giraba como un extraño monstruo, el cabello despeinado, el color encendido. El público aplaudía más, más. El hombre que la traía en el muelle de la mano habló algunas palabras con los otros. La prueba iba a repetirse.
Nuevas aclamaciones. La pobre niña obedeció al hombre adusto casi inconscientemente. Subió. Se dieron as voces. El público enmudeció, el silencio se hizo en el circo y yo hacía votos, con los ojos fijos en ella, porque saliese bien de la prueba. Sonó una palmada y Miss Orquídea se lanzó… ¿Qué le pasó a la niña? Nadie lo sabía. Cogió mal el trapecio, se soltó a destiempo, titubeó un poco, dio un grito profundo, horrible pavoroso y cayó como una avecilla herida en el vuelo. Sobre la red del circo, que la salvó de la muerte. Rebotó en ella varias veces. El golpe fue sordo. La recogieron, escupió y vi mancharse de sangre su pañuelo, perdida en brazos de esos hombres y en medio del clamor de la multitud.
Papá nos hizo salir, cruzamos las calles, tomamos el cochecito y yo, mudo y triste, oyendo los comentarios, no sé que cosas pensaba contra esa gente. Por primera vez comprendí entonces que había hombres muy malos…
Pasaron algunos días. Yo recordaba siempre con tristeza a la pobre niña; la veía entrar al circo, vestida de punto, sonriente, pálida; la veía después caída, escupiendo sangre en el pañuelo, ¿dónde estaría? El circo seguía funcionando. Mi padre no quiso que fuéramos más. Pero ya no daban el Vuelo de los Cóndores. Los artistas habían querido explotar la piedad del público haciendo palpable la ausencia de Miss Orquídea.
El sábado siguiente, cuando había vuelto de la Escuela, y jugaba en el jardín con mi hermana, oímos música o
-¡El convite! ¡Los volatineros!...
Salimos en carrera loca. ¿Vendría Miss Orquídea?...
¡Con qué ansia vi acercarse el desfile! Pasó el bombo sordo con sus golpes definitivos, los músicos con sus bronces ensortijados, platillos estridentes, los acróbatas, y después, después el caballo de Miss Orquídea, solo, con un listón negro en la cabeza ... Luego el resto de la farándula, el mono impasible haciendo sus eternas muecas sin sentido…
¿Dónde estaba Miss Orquídea? ...
No quise ver más; entré a mi cuarto y por primera vez, sin saber por qué, lloré a escondidas la ausencia de la pobrecita artista.
Algunos días más tarde, al ir, después del almuerzo, a la Escuela, por la orilla del mar, al pie de las casitas que llegan hasta la ribera y cuyas escalas mojan las olas a ratos, salpicando las terrazas de madera, sentéme a descansar, contemplando el mar tranquilo y el muelle, que a la izquierda quedaba.
Volví la cara al oír unas palabras en la terraza que tenía a mi espalda y vi algo que me inmovilizó. Vi una niña muy pálida, muy delgada, sentada, mirando desde allí el mar. No me equivocaba: era Miss Orquídea, en un gran sillón de brazos, envuelta en una manta verde, inmóvil.
Me quedé mirándola largo rato. La niña levantó hacia mí los ojos y me miró dulcemente. ¡Cuán enferma debía estar! Seguí a la Escuela y por la tarde volví a pasar por la casa. Allí estaba la enfermita, sola. La miré cariñosamente desde la orilla; esta vez la enferma sonrió, sonrió. ¡Ah, quién pudiera ir a su lado a consolarla! Volví al otro día, y al otro, y así durante ocho días. Éramos como amigos. Yo me acercaba a la baranda de la terraza, pero no hablábamos. Siempre nos sonreíamos mudos y yo estaba mucho tiempo a su lado.
Al noveno día me acerqué a la casa. Miss Orquídea no estaba. Entonces tuve una sospecha: había oído decir que el circo se iba pronto. Aquél día salía el vapor. Eran las once, crucé la calle y atravesé el jirón de la Aduana. En el muelle vi a algunos de los artistas con maletas y líos, pero la niña no estaba. Me encamine a la punta del muelle y esperé en el embarcadero. Pronto llegaron los artistas en medio de gran cantidad del pueblo y de granujas que rodeaban al mono y al payaso. Y entre Miss Blutner y Kendall, cogida de los brazos, caminando despacio, tosiendo, tosiendo, la bella criatura.
Metíme entre las gentes para verla bajar al bote desde el embarcadero. La niña buscó algo con los ojos, me vio, sonrió muy dulcemente conmigo y me dijo al pasar junto a mí:
-Adiós...
-Adiós…
Mis ojos la vieron bajar en brazos de Kendall al botecillo inestable; la vieron alejarse de los mohosos barrotes del muelle; y ella me miraba triste con los ojos húmedos; sacó su pañuelo y lo agitó mirándome; yo la saludaba con la mano, y así se fue esfumando, hasta que sólo se distinguía el pañuelo como una ala rota, como una paloma agonizante, y por fin, no se vio más que el bote pequeño que se perdía tras el vapor...
Volví a mi casa, y a las cinco, cuando salí de la Escuela, sentado en la terraza de la casa vacía, en el mismo sitio que ocupara la dulce amiga, vi perderse a lo lejos en la extensión marina el vapor, que manchaba con su cabellera de humo el cielo sangriento del crepúsculo.
Abraham Valdelomar
Ica 1888-Ayacucho 1919
ESTRATEGIAS DE LECTURA SEGÚN SOLÉ
ANTES DE LA LECTURA :
1
¿Cuál crees que es el propósito del texto que
vas a leer?
2
¿Qué te
sugiere el título del texto?
3
¿Para qué vas a leer?
4
¿Qué sabes del vuelo de los cóndores?
5
¿Qué te sugiere la imagen?
6
¿Cómo se relaciona la imagen con el título?
DURANTE LA LECTURA
1.
Identifica al protagonista o personaje
principal.
2.
Identifica a los personajes secundarios según
cada párrafo.
3.
Extrae los hechos principales de cada párrafo.
4.
Determina el contexto o ambiente donde suceden
los hechos
5.
Realiza un resumen o parafraseo de lo leído
teniendo en cuenta los momentos del
texto narrativo.
6.
Determina el tema de la lectura.
DESPÚES DE LA LECTURA
NIVEL LITERAL
:
1.
¿Quién es el protagonista de la lectura?
2.
¿Qué otros personajes aparecen en el texto
leído?
3.
¿Dónde ocurren los hechos?
4.
¿Por qué la madre del protagonista se molestó?
5.
¿Qué ocurrió con mis Orquídea?
6.
¿En qué consiste el acto El Vuelo de los
Cóndores?
7.
¿Cómo termina esta historia?
8.
Mediante la secuencia de imágenes identifica a los
personajes del cuento leído.
NIVEL INFERENCIAL :
1.
¿Qué sentimiento nació en el niño Abraham hacia Mis Orquídea?
2.
¿Por qué los dueños del circo obligaron a Miss
Orquídea a realizar el acto por segunda vez?
3.
¿Miss Orquídea correspondía a los sentimientos
de Abraham?
4.
¿Eran personas de buenos sentimientos los dueños
del circo?
5.
¿Por qué el padre de Abraham les ordenó salir
del circo?
NIVEL CRÍTICO :
1.
¿Estás de acuerdo con la actitud de los dueños
del circo?
2.
¿Crees que los niños deben trabajar? ¿Por qué?
3.
¿Si observaras un caso similar qué harías para
defender los derechos de aquello niños que no tienen a nadie que vele por
ellos?
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